domingo, 19 de abril de 2009

Amanece tan pronto

Amanece tan pronto, que ya todo da lo mismo. Recuerdo la frialdad de la noche, su humedad sobre la piedra, la luna herida a través de los barrotes. Recuerdo las nubes pasajeras, deshilachadas en grises brumas, a punto de caer como rocío.
No cerré los ojos, ni una sola vez, no quise mirar atrás, y si lo hice en algún momento, fue para buscarte, para besarte una vez más, con un amor infinito, para sentir por última vez la dulce rugosidad de la memoria.
Esperar, quién sabe lo que significa, cuando nada ya se espera; y sin embargo así fue, con los ojos abiertos como mundos, con los pulmones ahogados en la brisa, con los oídos absortos en el último rumor.
Tocaba la piedra, su rugosidad contra la mía, así me fui muriendo, en paz con la luna, con el rocío en mis pestañas, con mis labios en tu boca, tan lejos y tan cerca como nunca.
Amanece tan pronto, que casi ya no escucho -muerto antes de caer la guillotina- como me dice el verdugo: "...ten cuidado, no vayas a pillarte los dedos, amigo."

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