sábado, 18 de abril de 2009

Adán y Eva (versión libre del pecado original)

Amanece mientras duermes, el café hierve en la cafetera, enciendo un cigarrillo y salgo a la terraza para escuchar a los pájaros del alba.

Eres tan hermosa que no tuve duda al elegirte. Hube de raptarte el día planeado, sin que nadie se diese cuenta, huir en coche contigo, decirte que todo había terminado, que ya sólo nos quedaba esto. Como una niña preguntaste, el mundo se ha ido al cielo contesté.

Ahora amanece y tú aún duermes entre las sábanas, semidesnuda, tersa y suave, me pregunto qué voy a hacer contigo. Siete días llevamos aquí, en esta especie de paraíso, en este limbo terrenal. Supongo que hoy seguiremos follando, en realidad esta vez no me importa, sé que ya está hecho, pero a veces la obligación se convierte en placer -aunque el pecado no exista-. Para ti no hay prisa, eres joven y única, tendrás tiempo suficiente.

Mañana habremos de despedirnos de este lugar tan alejado, aunque tú no lo sepas, me cansa ya tanta eternidad, y al ocaso -cuando todo vuelve a no ser o lo aparenta- dejaré el coche preparado para la mañana.

Amanecerá entonces, de nuevo como el primer día, y puede que esta vez me ataque la tristeza -mientras escucho a los pájaros del alba-, o la nostalgia anticipada -ascendiendo como el humo de mi último cigarrillo-, o la culpa o el miedo.

Mientras duermes, sacaré de la guantera el escondido pecado -ahora sí-, lo lavaré bien, lo trocearé con cuidado y te lo acercaré en un platillo a la cama. Yo sé que tú nunca has visto una manzana, está buena, disfrútala, y -tersa y suave entre las sábanas- me darás las gracias.

Luego regresaremos por el mismo camino, todo según lo previsto, y sé que me preguntarás a dónde vamos, el mundo ha vuelto amada, se acabaron las vacaciones. Y sin ser capaz de mirarte -porque esta vez no he podido evitar enamorarme-, mi trabajo habrá terminado.


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