domingo, 18 de octubre de 2009

Cotidianidades

Hacer la cama es como ordenar el mundo, cada mañana, con la nueva luz y la presión de la sangre estrellándose contra las paredes del corazón, descubrir el lecho de los sueños y limpiarlo de pelos y señales, rastros de realidad desprendidos por lo vivo antes de cruzar los portales de lo eterno, es ordenar la vida, preparar el cielo y las pupilas, estirar las sábanas en un gesto de supervivencia, alisar la colcha sugiere algo así como el amor, o la ternura de esponjar las almohadas hundidas por el peso de los sueños, restaurar el mundo, rehacerlo al capricho de nuestras manos, hacer la cama es casi un ritual, casi un exorcismo para la piel que anuncia su regreso si el crepúsculo la salva una vez más, y sin embargo, las sábanas deshechas, la colcha arropando el suelo, los rastros descubiertos por la luz, naturaleza muerta que conmemora lo ya pasado aún humeante entre las brumas y los fantasmas en disolución de la mañana, desordenar el mundo es también un acto humano, orden y desorden de la razón, porque el mundo nada, el mundo discurriendo, el mundo ajeno a lógicas, filosofías, psicoanálisis y morales, el mundo y su secreto matemático, y la vida y el olvido medidos en años-luz y en cómo brillan las estrellas. Y Dios, un sarcasmo de lo absurdo, recogiendo miedo como peces con sus redes de silencio -quien calla otorga- y los hombres que gritan, hechos y deshechos, y la vida sigue, hipertérrita, y atrás quedan, tras puertas y llaves, las realidades más anónimas, más íntimas, más secretas: los lechos de la vida, los mapas de la historia que cuenta, como piezas de un puzzle, todas las historias.

miércoles, 14 de octubre de 2009

En la oquedad del horizonte

Caminabas tan lenta que el mundo se hizo tarde, incendiado y silencioso, quemando las huellas a tu paso; el crepúsculo vino de abajo a arriba, convirtiendo el paisaje en una suerte de sueño escarlata, mientras de tu pelo rojo surgían aves migratorias, inventando en su vuelo las distancias, y arrastrando la vida con su grito. Atrás no fue quedando nada, apenas un estertor de olvido en la oquedad del horizonte.
Caminabas tan lenta que el mundo se fue alejando, con tus pájaros y su cielo, para dejarte a ti como estatua de ceniza entre todo lo vivido.
Ahora aquí también sobrevuelan aves extrañas el cielo, y gritan vivas el éxtasis de lo que existe, con las puntas quemadas de sus alas, y vivos cabellos rojos en sus picos.

domingo, 4 de octubre de 2009

La muerte, ese lugar común.

No me importa morirme, algunas veces es casi un deseo irrefrenable. Cuando la noche se alarga, y las miradas acuosas de otros mundos enfrentados se ahogan en el océano de la tuya y viceversa, y el alcohol festeja los cuerpos, y las palabras son pan que se comparte y se degusta con los mismos versos de lenguas y saliva. No me importa morirme entonces, en las excelsas cadencias de la sima, cuando todo es oscuridad y los corazones laten como luciérnagas en vilo. Es entonces cuando más vivo me siento, cuando grito todo el silencio que anida en los resquicios de mis días, y estos se liberan y se insuflan como pulmones olvidados, y vuelve una vez más el olor a mantequilla de antiguas mañanas, y el irresistible amor por las azoteas.
No me importa morirme de vez en cuando, y supongo que esto no debe de ser malo sino todo lo contrario. No está mal morirse de vez en cuando, morirse de a poquito, para ir renaciendo así, como quien no quiere la cosa, como luz que entra cada día por la misma rendija, de la misma persiana, del mismo balcón, iluminando el mismo párpado maravilloso que una vez pudiste ser tú y que quizá lo fuiste y ya no importa; y yo a tu lado, con mi cuerpo abrazado al tuyo, así tan simple, sin más metáforas que la desnudez y el sexo, y el sueño y el orgasmo, y la paz y el éxtasis, y sí quizás eso era amor, y así como tú, la luz también, yo sobreviviendome de a poquito.
No me importa morirme algunas veces, y volver a despertar y seguir sobre el mismo verso columpiado por los días inventados que me sostienen para no caer, en algún paisaje perdido de mi propia biografía, a la que algún día dejaré huérfana de padre, madre, hijo y espíritu santo.
La muerte es un secreto inconfesable que sólo conocen los muertos, sin embargo sólo nosotros podemos jugarle la partida, retarla hasta sesenta veces por minuto: la muerte o la vida, de eso se trata al fin y al cabo; la suerte de los dados también está en la mano que los tira.