lunes, 21 de marzo de 2011

Miedo a la oscuridad (ó El Coco)

  Tras la última sesión del día, el pequeño monstruo azul se quitó la máscara, suspiró, arropó a la niña ya dormida y cerró con sigilo la puerta.
  La noche era oscura y fría, miró hacia ambos lados de la calle pero no vio a nadie. Encendió un cigarrillo y empezó a caminar de espaldas a la luna, que ya comenzaba a nacer entre las altas y lejanas chimeneas de las fábricas. Fue justo entonces cuando pensó, no sin cierto asombro, que nunca se hubiera imaginado que podría ganarse la vida asustando a niños.

sábado, 19 de marzo de 2011

Más allá

  Más allá de las bombas los obuses
los brazos y las piernas en el aire
más allá de la sangre roja iluminada
la ceguera
los gritos y los llantos.
Más allá de la locura
del fin de la esperanza.

Más allá levanta el ánimo
levanta la mirada más allá
del humo y del incendio.
En los arrabales del tiempo venidero,
en su silencio preñado y primigenio,
un niño inocente juega entre ruinas
y otros tantos
buscan entre escombros su futuro.

Ese mismo
que ahora explota en mil pedazos.

jueves, 17 de marzo de 2011

Nada(-dores)

  Sentados sobre el césped se miraban a los ojos.
Sus labios temblaron al decir te quiero,
y un repentino golpe de aire agitó las ramas de los árboles como preludio de una ola.
Por un instante ella tuvo miedo,
pero la ciudad siguió impertérrita y ajena, como sumida en un sueño.
Luego todo se rompió, el suelo se abrió y ella cayó antes de que pudiera decir nada. 
Sus ojos siguieron mirándose y agrandándose en el pavor del vacío. 
Al borde del precipicio él gritó. 
Luego se descalzó y decidió saltar.
El agua llegaría minutos después para llenarlo todo.
Yo también te quiero.

*En recuerdo de todos los damnificados de Japón

sábado, 5 de marzo de 2011

A medio camino

  Sentado ante la mesa negra el niño escribe y escribe sin mancharse las manos, dibuja con los labios mudos las palabras que van coloreando sus ojos, el niño escribe y escribe, inventa y sueña, el niño sobre la mesa negra, con viejas fotos en las paredes que la mañana ilumina más allá del cristal que las protege. Sus dedos a tientas no temen, conocen bien el camino, sin miedo se abalanzan sobre el paisaje, y suenan las teclas negras, sobre la mañana y el mundo lejos, suenan y suenan las manos del niño que ya no se mancha las manos, manos que aún recuerdan el tacto de los lápices, de las ceras y la tierra, manos viejas de un niño que se mesa la barba, y por un momento se siente perdido, a medio camino de su infancia y un poema.