viernes, 25 de junio de 2010

La mesa

Él regresa a la vieja mesa, no se le conoce el rostro, aparta la silla de madera y se sienta. Apoya los codos de pana sobre el polvo que ilumina la ventana como pátina del tiempo decantado. Sus pantalones verdes también son de otra época, gastados pero dignos, sus zapatos atesoran el rastro de sus huellas y el color de la memoria. Nuestro hombre guarda el silencio que no roba a la tarde, que más allá de los alféizares se pierde en un bosque verde, profundo y vivo, donde el grito de los pájaros hace de guardián excelso de lo que no se escucha.
Las manos del hombre, ya maduras, recogen alguno de los amarillentos cuadernos de tapa negra que persisten como signos de un pasado cierto, y lo abren con la suavidad de quien guarda aún el poder del asombro.
El rostro ausente tiembla, por un segundo, una pequeña brisa levanta el polvo de la mesa que queda suspendido en el aire, atravesado por la luz ensangrentada.
Esa mesa nunca ha sido suya, pero sí esas palabras, que ya soñaban con él, en la tinta y la mano del tiempo del padre de su padre.


(Sin título)

La vida es eso que nos pasa
cuando no pasa nada.

miércoles, 16 de junio de 2010

(Sin título)

Es inevitable
querer nombrar las cosas tal y como son,
tal y como nos hacen.

lunes, 14 de junio de 2010

Coordenadas

Escribo a orillas de la tarde, sentado con los pies colgando en el acantilado de la noche, solo con luz y vino en un lugar y un tiempo llamados postmodernos, y que conforman las coordenadas de mi vida.
Escucho como llega la noche, a modo de sonidos de pájaros que mueren en un fugitivo y último vuelo, el fugaz relámpago de una bicicleta cruzando el instante, voces de personas que se apagan y desaparecen en la faz del tiempo que transcurre.
Yo sigo aquí, sentado y escrutando el horizonte abstracto del mundo, su último e imposible significado, el mío propio, mi yo más íntimo, en medio de tanto todo y tanta nada, en medio de una vida -extraño ser- que sé cuando empezó, y no sé cuándo acaba.