martes, 29 de diciembre de 2009

Lluvia Vieja

La lluvia cae tímida pero segura, constante y pertinaz dispuesta a invadir el mundo, a no dejar ninguna raíz en el alma sin cultivar, a negarnos el olvido de ser indefensas semillas a la intemperie del cielo y de la vida.
La lluvia viene de lejos, cargada de una memoria espesa, pesada de recuerdos y gris nostalgia, de infancia en fin, de oxidados alambres y azoteas, de primitivos días muertos.
La ciudad asume la condena de las alcantarillas, como bocas ahogadas por un cielo de alquitrán, las manchas y cicatrices de sus fachadas en declive, el reflejo de un sol frío y gris en los altos edificios de cristal.
Tú me miras como hace muchos años, allá al fondo de ti misma reverberan viejas esperanzas, una juventud ya caduca, una sonrisa desgarrada y desnuda frente al mundo. Eran otros tiempos, otras sábanas, cielos más livianos, perentorios en su afán de viaje, fue descubrir el mundo a cada paso, de sonrisa en sonrisa y de vaso en vaso, llorar como lloran los incrédulos, refugiándonos en ilusiones y pasión con la cursi pose con la que se miran las estrellas.
Tú me miras y te amo, fíjate qué cosas, a mitad de una vida y de camino a sobrevivirnos a nosotros mismos.
Hoy te amo como nunca y para siempre, fíjate qué vulgar, hoy que la lluvia enternece todas las raíces, y el calendario se acaba y el otoño que barre las últimas hojas, y yo daría mi vida por ti.


(Feliz nuevo año y gracias a todos por vuestra compañía y vuestras palabras, un sincero abrazo desde mi raíz).

domingo, 20 de diciembre de 2009

El instante

Todo consiste en esto, en intentar decirlo bonito: el frío, la humedad, la oscuridad violada de la ciudad, el silencio del piso, los pasos más allá en la escalera, el calor del hogar, el estornudo y los pañuelos, el tic-tac del reloj de propaganda, diciembre, un año más, muchas de las cosas de siempre y otras tantas fantasías, el nuevo calendario, la nueva crisis, el corazón igual, con sus propios calendarios y sus íntimas crisis, la duda existencial que la televisión apagada respeta, todo lo que quisimos ser y esto que somos, todo lo que ansiamos mientras la vida pasa y este borrador se graba, ineludiblemente, un presentimiento oscuro de que lo peor siempre está por llegar, las pelis alquiladas de domingo, un sentimiento así como la levedad, un recuerdo borroso y dulce de Kundera, una vista rápida a los pocas líneas hasta ahora escritas, un sentir patético, el joven jazmín en el alféizar, mi nueva adquisición, el palo del brasil que extraña su tierra y duda si vivir o morir en la nostalgia, la botella de vino a medias, ni llena ni vacía, un sabor maravilloso que llega a las entrañas, un regalo de navidad, un susurro hipomaníaco de fortaleza y juventud, un oscuro brillo triste de algunas otras batallas perdidas, cientos de cosas aún pendientes y por hacer, unas ganas inmensas de vivir, o sea de escribir... Esto es, a grandes rasgos, mi vida ahora.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Otoño experimental

Ya va siendo hora, susurras, y el aire frío hace tiritar mi piel, y el vaho de tus palabras empaña mi laberinto mientras la húmeda y macilenta luz de la noche urbana se hace hueco entre nuestros ciegos huesos.
El otoño, indefectiblemente, nos va dejando desnudos, poco a poco, a lomos de silencio, tu memoria queda a la intemperie y tus recuerdos son perros que ladran a la luna, habitantes solitarios del arrabal y el abandono.
Mis mudas manos te buscan en los últimos rincones del pasado, atrapados como barcos hundidos en el acuoso olvido de tus iris, verdes como el musgo de los estanques callados.
Mira, como caen las hojas de los tristes esqueletos blancos erguidos hacia el cielo, tocan sus dedos lo celeste, lo rayan y lo arañan, como esperanzas desesperadas.
El olor a mar llega recorriendo callejones y malditas aceras, llaman a la puerta los astros desterrados de la ciudad, tú los almacenas entre botellas de vino, en la cocina atesoras tu tráfico de estrellas.
Ya va siendo hora, susurras, y ya sé que has decidido adelantarte al destino, y ya sé que mi vida no habrá de sufrir todo el dolor que da el recuerdo, quebrando la piel y los andamios del latido.
Sin más me agredes, me rompes el cuerpo a dentelladas, y todo yo me derramo, entre oscuras luces, en versos no nacidos.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Silencio

Voy a decirte toda la verdad,
sin ninguna palabra que la enturbie.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Madrugada

Es tarde, a veces ocurre, la noche nos gana la partida; y sin embargo abnegados, perdedores por instinto, derrotados como sino, seguimos a lomos de su ceguera, escribiendo, escribiendo, escribiendo, lo poco que nos queda o que sabemos.
Todo lo demás es una sencilla metáfora de este momento repetido, y la muerte, allá al final, la irrepetible.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Entresueños

¿Has perdido el sentido de tu vida?, me preguntó aquel viejo extraño saliendo de una tienda cualquiera, en una calle cualquiera, fría y gris de este otoño algo más melancólico y lascivo que otros años. Yo lo miré sorprendida, sopesando el silencio asombrado de mi boca; perdone, resolví en contestarle, mi vida no es asunto suyo, y desde luego que no ando perdida, pero dígame, sabe usted acaso qué ha sido de la suya? El viejo, de extraños ojos verdes, esbozó un sutil gesto sonriente sin dejar de clavarme su mirada en las pupilas. Suerte princesa, me respondió calmadamente con un deje de dandi de película en blanco y negro. Inmediatamente después prosiguió su camino, sin apenas rozarme el abrigo rojo con el pardo tejido de su chaqueta. Por un momento quise ver en el rincón más escondido de aquella indescriptible sonrisa el oscuro reflejo de un afilado colmillo. Entonces pensé que quizás me hubiese equivocado de cuento. Una bofetada de frío repentina fue la que me hizo despertar de mis divagaciones, a la vez que recordaba, despejando mis dudas, que hacía tiempo que mis dos abuelas habían muerto. Retomé mi camino y volvieron a mi consciencia vivos y claros todos los sonidos y luces de la ciudad nocturna. El frío parecía anestesiar sin embargo mi nocipercepción, aliviándome de las rozaduras de aquellos incómodos zapatos de cristal, a la vez que también cedía el agudo y localizado dolor en el dedo índice de mi mano izquierda tras el pinchazo horas previas con la aguja de la máquina de coser. Mientras tanto continuaba agarrando con mi mano derecha pegada al costado el libro repleto de poemas, aprovechando el vaivén del paso para ir dejando caer disimuladamente y poco a poco, a modo de reguero, todas las palabras al suelo. Cuando la noche creciera y se hiciera profunda y mágica, sólo ellas podrían devolverme a casa.