martes, 28 de julio de 2009

Nucleótidos

  Eso es, allí, donde el resto de las cajas, en algún rincón, desordenada, pero que esté a la vista, pese al polvo y a la sombra del olvido. 
  Yo también colecciono inútiles mercancías, en cajones, en armarios, de las que yo mismo me desprendo, pero que me niego a perder. Materiales que sólo yo conozco, a los que únicamente yo sabría darles cuerda, y que sonaran, así cascados, en otro tiempo forastero, como entonces. Nadie entendería su melodía, nadie podría descifrarla tan exactamente como yo. Algunos hablan de retazos del alma, que se nos desprenden en cada cosa que tocamos. Cada cual tiene los suyos.
  Sin embargo todos estamos hechos de lo mismo (adenina, guanina, citosina, timina, uracilo). Todos estamos hechos de lo mismo. 
  Cada día, cuando llegamos a casa y vacíamos los bolsillos, cada vez que soltamos las pequeñas e insignificantes cosas que se nos adhieren casi con indiferencia a la vida, también nos deshacemos un poco de nosotros mismos, nos vacíamos también por dentro, nos preparamos para el siguiente minuto, nos agarramos con fuerza a la eternidad. 
  Hé ahí la magia del recuerdo, eso es, allí, donde el resto de las cajas, el pequeño truco que nos hace mortales, en algún rincón, aquella que nos delata y nos condena, desordenada, y sin embargo: pero que esté a la vista, pese al polvo y a la sombra del olvido: la memoria.

domingo, 26 de julio de 2009

(Falsa) modestia

  Odio a las personas presuntuosas que no hacen más que proclamar a discreción y a la primera de cambio -así, como quien no quiere la cosa- toda su ristra de virtudes al parecer de unas supuestas evidencia y certeza pasmosas.
  Esa frase tópica y típica a partes iguales, redundante cuanto cabe, de: "Yo me considero buena gente...", es a menudo sólo la metafórica puntita del mastodóntico iceberg.
  Además es más, a mí nunca me gustó decir (porque es verdad) lo maravilloso que soy.

sábado, 25 de julio de 2009

Vete tú a saber

  Aquí ando, sentado sobre la tarde, trabajando, si trabajo se le puede llamar a estar recostado sobre un sofá gastado de no sé cuántos años, en un cuarto de hospital, de color rosa (el sofá), esperando a qué llegue algún demente, algún pobre diablo al que le tocó ser el loco del pueblo, o la maruja histérica de la calle, o el cabrón yonki busca-broncas que ahora resulta ser una enfermedad, trastorno límite de personalidad lo bautizaron eruditos de ultramar y transpirenaicos.
  Así digo, algo cansado y aburrido, en este sábado luminoso de julio, entre cristales y barrotes, sedantes y un silencio que amortigua la angustia que ya no nos parece tanta, porque si no apaga y vámonos. He dormido seis horas quizás, he tardado otra media en despertarme, la ducha, el café, los bártulos, las persianas hasta abajo porque es verano, los vaqueros que aún huelen al humo de la noche de ayer que pasan del suelo a mis piernas y cintura, el golpe de la puerta, el doble giro de la llave y hasta mañana si dios quiere, que decía mi abuela.
  Esta noche seguiré aquí, quizás aturdido porque el sufrimiento, fingido o no, pida turno y forme cola como en los mercados, quizás no, quizás fumando cigarrillos y pensando en no sé qué cosas de mi propia vida más allá de este oficio, del trabajo del que me sustento, que amo y odio a iguales partes.
  Dentro de unos días estaré en no sé cuál cala desierta del mar mediterráneo, y estoy seguro de que no me acordaré de este sábado pulcro y blanco, de barrotes y cristales, y olor a alcohol desinfectante y olor a no sé qué que huelen los hospitales. Entonces seré yo, otro yo distinto a éste, que también soy yo sentado en un sofá rosa y viejo de un cuarto de hospital, y llevaré la pechera descubierta, y un bañador muy fashion hasta las pantorrillas que me compré en un viaje a Costa Rica, y me tostaré como un cangrejo, y si no hay nadie me bañaré en pelotas, y me encenderé un cigarrillo igualmente, pensando seguro en no sé qué cosas de la (mi) vida, sin responsabilidad ninguna, y en este caso quizás, ese joven médico serio, amable y educado, se acuerde de su infancia, o vete tú a saber.

jueves, 23 de julio de 2009

Siempre

  No puedo negártelo, te deseo tanto que te sueño cada noche, a cada instante, te beso en el camino, cogidos de la mano, te sueño y te deshojo, y siempre llego casi hasta tu sexo, hasta que las palomas me despiertan, y los borrachos y la plaza, y esos que vienen con camiones a regar la mañana. 
  No puedo negártelo, nunca te lo confesaré, aunque por momentos siempre te comería los labios, cuando me cruzo nos cruzamos, y las sonrisas se enardecen, más la mía que la tuya, seguro, y son tus palabras ráfagas de viento y aromas que ya sé, y no importan tus palabras importan tus ojos, tus dientes tu presencia, no te entiendo porque siempre en el abismo de besarte, en el filo del sueño insomne, y quién sabe, quizás te pase a ti lo mismo, y seamos cada noche amantes sin saberlo, sin tener recuerdo de lo que nunca pasa, sin saber a qué sabe esta y esa carne, trémulas y revueltas de tanta ansia.

Vacante cielo

  El cielo hoy está de vacaciones, y el sol se ha ido y no hace calor sino un viento fresco que parece primavera o más bien otoño, con un silencio inadvertido entre las calles, y coches, pocos, que pasan y algún obrero del estío que corta metales con una sierra, y otros en la plaza que beben cerveza en su descanso de las once y desayuno con un bocata de chorizo.
  Hoy el cielo se ha marchado quién sabe por qué, quizás al norte, habré de preguntarle a mi primo si allí llueve porque en el norte siempre llueve, quizás cansado de tanto calor de tanto peso, de tanto brillo y ausencia, de tanto silencio amortajado con sábanas blancas y mojadas en cuartos sombríos, mientras el tiempo de la tarde devora el mundo y nada pueden los termómetros ni los cactus casi minerales en su exorcismo en las ventanas.
  Dicen los que saben que mañana volverá, si todo sale bien, es decir según lo esperado, el sol radiante arrastrando un cielo mejorado, más azul, casi transparente, pálido azul, algo tembloroso quizás, porque dicen que se bañó en el mar en su escapada, y al agua en agosto no está acostumbrado.

lunes, 20 de julio de 2009

Como flamencos o tortugas

Caminaban todos juntos, en silencio y fila india; cada uno pisaba las huellas del otro, y así iba quedando el rastro de uno solo. Con los ojos bien abiertos, escudriñaban cada detalle entre las ramas, detrás de los arbustos, a cada lado, más allá del cielo verde que los arropaba. Hasta sus oídos llegaban ruidos y cantos de todos los tipos y colores, murmullos y crujidos de ramas al correr, respiraciones entrecortadas y batir de alas cercanos. Toda la música de la selva se iba abriendo a su paso, para cerrarse de nuevo a las espaldas del último guerrero o explorador.

  Cuando llegaron a los límites del bosque el aroma del salitre y el rumor de las olas rompiéndose en la arena se volvieron más embriagadores. Muy lentamente, sin hacer ningún ruido, con una prudencia que era casi miedo, asomaron sus tiznadas caras por entre los árboles últimos que se enfrentaban al rompiente mar y la desnuda e indefensa explanada de arena. 

  Más allá de estar vacía, se encontraba abarrotada de felices domingueros, veraneantes y bañistas en carne viva, con cientos de sillas plegables, toallas, sombrillas y neveras esparcidas a lo largo de toda la playa. Eran una manada ruidosa y chillona, que rompía cada año por las mismas fechas la natural calma de la isla. 

  Ellos sabían que su presencia, de carácter estacional como la de los flamencos o las tortugas, no duraría más allá de los días finales de septiembre, cuando los últimos ejemplares abandonaban la herida y desgastada arena, dejando múltiples deshechos que luego ellos se encargarían de recoger para facilitar su regreso la siguiente temporada.

  Hoy elegirían, como todos los años, al mejor espécimen de todos, no muy viejo pero tampoco excesivamente joven, a ser posible de carnes prietas pero engrasadas, pues era de sobra conocido que las vetas del tocino hacían más sabroso el manjar. También como siempre sería a la caída del sol o en la noche, cuando más indefensos se encontraban, pues eran animales de mañana, y además apenas tenían visión en la oscuridad. Eran inteligentes sin embargo, y aunque individualmente no tenían defensa alguna, como manada podían llegar a ser bastante peligrosos. Por ello el hecho de sólo coger a uno cada verano, era algo que podían llegar a aceptar sin enfurecerse en exceso, sabían que ese era el tributo que debían pagar y que el resto corría a cuenta de un azar desconocido.

  Ellos, los otros, volverían sobre sus pasos a la mañana siguiente con el trabajo hecho, y un día inexacto de agosto celebrarían una vez más, en algún recóndito lugar de la selva, la particular festividad de su poblado con el asado de uno de nosotros.

  Ese año tampoco me tocó a mí. Había estado toda la primavera preparándome; todos sabíamos de sus gustos, y esa era la verdadera razón de nuestra común y obsesiva dieta antes del verano.

jueves, 16 de julio de 2009

Vacaciones

  El muerto, aún somnoliento y con los huesos algo desencajados, se sacudió el polvo acumulado por los años. Quedó por un momento pensativo, casi absorto, mientras las cuencas de los ojos se le acostumbraban a la luz, hasta que un puñado de recuerdos momificados se le vinieron al cráneo como caídos del cielo. Una vez orientado comenzó a caminar, dando algún traspiés por el cementerio. Se paró en el semáforo, cruzó la calle con cuidado y torció la primera esquina a la derecha. El edificio seguía igual, algo más viejo, aunque el portal lo habían reformado. No se molestó en leer los nuevos nombres en el buzón. Cogió el ascensor y subió a la casa. No reconoció muy bien el antiguo olor, que ahora se mezclaba con aromas de lavanda. También los cuartos habían cambiado, pero no le costó encontrar el armario multiusos y coger una toalla grande y esponjosa como las que siempre le gustaron. Luego se apresuró camino de la estación. Tenía poco tiempo que perder, y siempre quiso ver el mar.

miércoles, 15 de julio de 2009

Ilusiones de verano

  Me sorprende la luz de julio, escalando por la mañana y tus ojos verdes y ausentes, me sorprende su caída lenta y dura, sobre vacaciones y recuerdos, siestas y sopores, nostalgias cercadas por el presente y esperanzas como cometas de mar y montañas.
  Desde aquí el trabajo sigue, desde este balcón al sur donde el cotidiano mundo interior se mueve entre sombras y termómetros, asaltado por lejanos parajes pasados y futuros, espejismos irreales del presente onírico, donde la vida sobrevive con aires acondicionados y crepúsculos, aún a falta de palabras y una poesía atrincherada en la garganta, que se niega a florecer en la canícula.

sábado, 11 de julio de 2009

Anonimato

Con los ojos abiertos,
aún caliente,
el muerto descansa, casi vivo,
sobre su lecho.

En un piso cualquiera,
de una ciudad cualquiera,
con una historia cualquiera
de secretos y mentiras.