martes, 27 de julio de 2010

Palabras de tarde

Hablo de nuevo, apuesto la mirada a la tarde, la dejo vagar por entre sus somnolencias, por entre sus luces a punto de morir, sus aires como gasas, su sol en blanco, sus humedales, su tierra ocre, su laberinto de aceras grises, sus infinitos pasos, sus miradas que huyen o se recuestan, su color fugaz de pájaro herido que busca el cielo, su silencio y las palabras que nacen como frutos huérfanos para llevarnos a la boca, y alimentar algún lugar dentro de nosotros, y hacerlas nuestras, tan nuestras, irremediablemente.
Apuesto a la tarde, hablo de nuevo, me pienso, es decir pienso en todo y en nada, si eso es posible al mismo tiempo. Me siento pensar, me agoto, me lleno, huérfano de todo, solo como todos, busco las palabras de los otros, ancestrales, más allá de mí, donde existo en los otros, más allá de la matriz primigenia de la nada a la vida, más allá de la muerte en los otros.
Y me pienso: no he dejado de respirar, sigo vivo, me despierto en la noche y confuso descubro que sigo vivo, que la muerte sigue siendo una falsedad enorme, una lejanía de horizonte que no ha de llegar nunca, hasta que el mundo se acabe en un abrir y cerrar de mis ojos.
Hablo de nuevo, apuesto la mirada a la tarde, y la tarde se apaga, y apuesto mi vida, y sonrío esperando en la noche a la mañana, y pienso en ti, y en todos, y vivo, y vivo, y sumo y sigo.

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