indómito, ta Del lat. indomĭtus. 1. adj. No domado. 2. adj. Que no se puede o no se deja domar. 3. adj. Difícil de sujetar o reprimir. Real Academia Española
miércoles, 29 de abril de 2009
Será mañana
lunes, 27 de abril de 2009
Atardecer
Infancia
Luego miró a su alrededor, el mundo entero a sus pies, ya nada podría resistírsele.
Sin necesidad de argumentos
domingo, 26 de abril de 2009
Quién sabe
viernes, 24 de abril de 2009
Primavera
de luz dorada y los agita
como una bella joven con vaqueros que camina
por la calle como quien anda por la casa
descalza, en prendas menores, recien levantada
por la tarde y te besa los labios
o los de un vaso de agua
miércoles, 22 de abril de 2009
Además es más
Lentamente me introduje en su silencio falso, en su murmullo incesante de realidades y secretos, nunca antes te había conocido así le dije, nunca antes te dejé me respondió, pero hoy estás buscando algo. Una vez mas no supe que decir, pero seguí caminando, entre brumas y cenicientas luces de estrellas o bombillas.
Poco a poco, con la noche acompañándome, comencé a recordar el atisbo de un sueño, de una nostalgia, o un poema de niño. No supe adivinar el porqué de ese recuerdo, mientras la noche me escudriñaba en su silencio.
Luego todo fue más fácil -la noche sonrió-, aunque al principio no estuve seguro de que aquella fuese tu casa, y por un segundo me costó traerte al flote de las sensibles aguas superficiales de la memoria. Supe que tú ya no estabas allí, como yo tampoco; supe que lo estuvimos, y entonces fue cuando lo recordé todo.
En aquel momento amanecía, la noche había desaparecido creo sin despedirse, una fría mano de luz recién abierta me acarició la espalda, era hora de marcharse. Quise recordarte aún más, reavivar el sueño y la nostalgia, pero no tuve más tiempo que el del poema para leerte sus últimas palabras:
"...y además es más:
nadie sabe lo mucho que te quiero."
lunes, 20 de abril de 2009
Receta de payaso (el escritor inédito)

Así ya estás, de nuevo preparado, y así te sientas ante otra tarde para que dore con su silencio tus juegos de palabras.
domingo, 19 de abril de 2009
Saudade
Acabas de ducharte, te secas con una toalla azul de manos que apenas puedes atarte a la cintura y que huele a tabaco; te secas con el humo invisible y cultivado, es lo que tiene una habitación tan pequeña y el vicio del cigarro.
Te vistes con medio pijama -los pantalones- y una camiseta vieja de algodón de manga larga. Te sientas en la silla, la toalla en el respaldo, miras a través de la ventana y comienzas con los dedos:
“Hoy tengo saudade, o nostalgia, es lo mismo mientras cae la tarde, y los árboles se tornan grises, perdiendo la luz verde de sus hojas, sombras ya acariciando el cielo rojo, como plumas o pinceles que lo pintan, que habrán de dibujarlo hasta la plena oscuridad del olvido y de la nada...”
Hoy tienes saudade, supones de la infancia -no eres tan viejo-, supongo de tiempos mejores, más felices, más lejanos al fin y al cabo, quién sabe lo que fueron.
“Hoy tengo saudade, o nostalgia, y el cielo acurrucado todo en la palma de mi mano, no sé dónde va, no sé lo que quiere. Los árboles me miran, me inquieren lo irrevocable. El cielo me mira, no sé lo que quiere, no sé lo que hace...”
Hoy tienes saudade, parece una excusa aceptable; vas a parar, un momento, para beber agua....y vuelves, abres la ventana -aún los pájaros cantan- invitando al humo a marcharse.
“Hoy tengo saudade, o nostalgia, y el cielo acurrucado todo en la palma de mi mano, lo miro en silencio, lo escudriño, parece que se va a morir, parece que está triste...”
Hoy tienes saudade, y el cielo parece acompañarte, o así quisieras, o así nos cuentas.
“Hoy tengo saudade, o nostalgia, y el cielo acurrucado todo en la palma de mi mano, lo miro en silencio, lo sopeso, qué voy a hacer contigo pienso, cómo puede ser que hasta mí hayas llegado para morirte, eres el primer cielo de mi vida entre mis manos; y vienes para morirte. Los árboles nos miran, te buscan, a mí no pueden pintarme...”
Hoy tienes saudade, sin saber exactamente qué significa, pero sintiéndola como el cielo entre tus manos; qué maravilla pensarían muchos, y estiran los brazos con las manos abiertas.
“Hoy tengo saudade, o nostalgia, y el cielo acurrucado todo en la palma de mi mano, lo miro en silencio, lo sopeso, pero no pesa y ya se ha muerto. Ya se ha muerto pinceles, o plumas, u hojas de árboles. Ya sólo un gurruño, el papel de un niño dibujado.”
Hoy tienes saudade, y ya se va, y de camino viene el hambre, y el sol es ya sólo un recuerdo en la retina. A punto de acabar yo decidido imitarte, porque también es mía la nostalgia, y el hambre, y la tarde ida, y la noche que se abre para abrazarnos en uno solo en esta ciudad lejana. Déjame que te escriba, que me escribas:
“Hoy tengo saudade, o nostalgia, y el cielo acurrucado todo en la palma de mi mano; lo miro en silencio, lo sopeso, pero no pesa y ya se ha muerto, y va directo a la basura, como poesía caducada, el cielo y la saudade, como usado chicle sin sabor, porque la cena espera, y voy a lavarme las manos, y esta noche las sábanas soñarán con tabaco...
Tan lejos y tan cerca
Desde el balcón, mientras escribo, pienso en ti despierta, azul y verde, porosa y suave. Pienso en tus labios rojos de carmín, en tu mordisco, en tu sonrisa atravesando, como cristales de espuma, mi mirada ausente.
Mientras cae la tarde, y ya la noche asume el mundo y sus fantasmas, pienso en ti como nunca supe, cuando aún dormía sobre tu pecho, ignorante de la muerte, feliz supongo en el silencio de un paraíso inalterable.

Amanece tan pronto

No cerré los ojos, ni una sola vez, no quise mirar atrás, y si lo hice en algún momento, fue para buscarte, para besarte una vez más, con un amor infinito, para sentir por última vez la dulce rugosidad de la memoria.
Esperar, quién sabe lo que significa, cuando nada ya se espera; y sin embargo así fue, con los ojos abiertos como mundos, con los pulmones ahogados en la brisa, con los oídos absortos en el último rumor.
Tocaba la piedra, su rugosidad contra la mía, así me fui muriendo, en paz con la luna, con el rocío en mis pestañas, con mis labios en tu boca, tan lejos y tan cerca como nunca.
Amanece tan pronto, que casi ya no escucho -muerto antes de caer la guillotina- como me dice el verdugo: "...ten cuidado, no vayas a pillarte los dedos, amigo."
"Some like it hot"

una sonrisa
No recuerdo la ciudad, ni el país, ni la guerra, ni la edad que atesoraba el arco de sus labios, pero recuerdo que los estallidos sonaban ensordecedores, y que su sonrisa seguía ahí, inmutable, como un canto en silencio a la esperanza.
Y con eso nos dejó, con esperanza desbordada, pese a todo, a borbotones, con sueños que se adherieron a nosotros inmortales, raíces que se aferraron a nuestras manos sobrevivientes, recuerdos que mutaron repentinamente antes de morir para no morir.
Todo aquello nos dejó, mientras su boca se rompía en mil pedazos, junto con todas las sonrisas del mundo.
Trámite o milagro
(sin título)
El valle se deshace en sombras mientras tú levantas el mantel de la mesa y lo sacudes sobre la cocina. Las ventanas allá dan al oeste, y el blanco frigorífico ahora es rojo, y nuestra foto verde del pacífico también, donde igualmente bellos eran los ocasos, más aún, aquí nos falta arena para enterrar los pies ante la muerte.
Cómodo en el sofá miro tus piernas, perfectas claro, yo las elegí entre la multitud, contigo de regalo. Hace años, o meses quizás, quién sabe si sólo han pasado días desde que nos conocimos, ya no puedo decirlo.
Al principio fuiste morena y joven, con cara de india, contigo descubrí algunos secretos profundos y húmedos que aún se me negaban, creo que tú los descubriste todos.
El jardín está hermoso por las tardes, me gusta salir a regarlo, cuando los niños regresan en sus bicicletas de colores, y tú preparas la cena, siempre antes del ocaso. (Es verdad, a veces la preparo yo, pero se me hace tarde).
Voy a acercarme al dormitorio, allá entre los prados, es un paseo pero no muy largo, diez árboles más abajo, y ya luego sólo nuestro lecho, entre millones de briznas de hierba que miran al este. Como no tenemos cortinas aquí los gallos no cantan -no tienen que despertar a nadie-, todas las noches siembro una flor a tu lado de la cama.
Un día, aún lo recuerdo, quizás hace tan sólo unas horas, crecimos juntos y éramos ya casi tan grandes como el frigorífico, y los pies se nos salían del sofá, y sabíamos más cosas es verdad, y el sol nos doraba dulce en su agonía, y tus cabellos eran rubios como los de una sirena, y plateados cuando por el ventanal del salón entraba la luna con tibieza de leche en el suspiro fresco de las olas susurrantes a la orilla del mar hacia el que construimos este lado de la casa. Por aquel entonces tú ya sabías más cosas que yo, y tenías los ojos azules más hermosos de la tierra.
Yo solía entretenerme mirándote, como ahora hago, compartíamos silencios, y te enseñaba las pequeñas cosas a las que yo me dedicaba, como no pensar en nada, y dormir con los ojos abiertos, o inventarme palabras, y secretos que sólo a ti te contaba, y hacer poemas fugaces que iba olvidando, letra a letra, tan largos como bobinas de hilo de esas de coser botones de camisa: blancos, azules, marrones, ahora de qué color lo quieres, te preguntaba yo, negro como mis ojos, me respondías.
Porque una mañana amaneció y tus ojos eran negros, y toda tu piel, y tus labios una maravilla sobre los que aprendimos aún más secretos inconfesables. El sol disfrutaba de tu tacto, sedoso patinaba por tu espalda, se amaba a si mismo amándote sobre la tersitud y dulzura de tu vientre. Eras de ébano, como algunos dicen. Aquellas noches bailamos, casi hasta el amanecer, e hicimos fogatas en las montañas del sur, donde dormimos bajo estrellas distintas, y una vez más nos juramos amor eterno.
Yo también he sido muchos distintos, tantos como hombres han existido en la tierra, pero igual te he amado, y me has amado creo, igualmente de todas las formas distintas.
Sí, este es buen momento para leerte todo lo que sé de Cortázar, y Borges, y Neruda, y Vicente Huidobro, y Walt Whitmann, y tantos otros que nos enseñaron el camino, a veces sin darnos cuenta, que nos regalaron todo lo que tenemos; nosotros sólo tuvimos que comprarnos el sofá y el frigorífico, y la cama; para la flor que te siembro cada noche el dinero no existe.
Algún día pienso, mientras guardas el mantel y vienes y me acompañas y damos la espalda al sol ya ido y miramos cara a cara al mar y las estrellas; algún día supongo que habremos de hacernos viejos, pero viejos de verdad, y quién sabe, supongo que habremos de morirnos.
Tú, que ahora nada piensas, mientras la luna te ilumina el pelo blanco como la leche, ya no sé de dónde eres, ni de dónde viniste, sabiendo sin embargo que eres todas las que conocí desde ayer, o desde hace años, o desde hace un siglo, ya no puedo decirlo.
Mis manos arrugadas te arropan, porque tú ya estás vieja, y sabes más que yo, y ahora habré de llevarte a la cama, no muy lejos, diez árboles más abajo, allá entre los prados; para enterrarte en tu lecho, dejándote todos los besos del mundo entre tus brazos, y todo mi amor acompañándote, eternamente, más allá del viaje estelar de tus huesos. La flor esta vez habrá de crecer hasta convertirse en árbol.
Yo también debo irme, aún debo volver al salón, antes de que amanezca: limpiar el sofá de los últimos restos, cerrar las ventanas, vaciar el frigorífico y apagar la luz. Que todo esté listo para los nuevos inquilinos mañana.
Mientras camino sendero arriba, en busca de todas las ciudades del mundo, amanece el sol a tu lado, y se detiene a rendirte homenaje; quizás nadie más que él y yo sepamos que fuiste, pero así fue, y ahora eres roble, o encina, o caoba, o ébano o eucalipto.
Yo voy camino del mundo, en busca de Borges, Neruda o Cortázar, o cualquiera de todos los otros, con mis manos arrugadas, que me digan dónde se mueren los personajes.

A J. A. Goytisolo (in memoriam)
Mi mundo
no es muy grande, cada cual tiene el suyo.
Mi mundo
es como la palma de mi mano,
en ella puedo mirarlo.
Mi mundo
tiene islas, y una memoria
como el océano.
No sé cuántos años tiene
mi mundo,
pero tiene las líneas largas,
y lugares llenos de gente,
nubes y objetos perdidos,
sueños como lluvia y rincones olvidados.
Por
mi mundo
cruzan aviones, y navegan barcos,
y niños que van en bicicleta
y viejos sentados en las puertas de las casas.
Tuvo suerte
mi mundo,
no vivió la guerra.
Mi mundo
está lleno de tesoros
de libros y fotos,
siempre desordenados,
y zapatos que colecciono, y sombreros
que siempre pierdo.
Tiene abrigos
mi mundo,
y nostalgias, y millones de deseos,
y esperanzas debajo de las piedras.
Mi mundo
viajó, un día
y se hizo grande,
y atrás quedaron las cajas cerradas,
las cartas
y los sombreros
olvidados en habitaciones vacías
que aún perduran como estaban
donde se cultiva el tiempo
con polvo, y sol
y lluvia en los cristales.
Viajó
mi mundo,
y se hizo grande,
cuántas calles, cuántas ciudades
cuánta vida derrochada,
mi mundo
fue sembrando sueños,
el tiempo habrá de cosecharlos.
Pero en
mi mundo
aún hay dragones
y circos con enanos, y princesas
y nenúfares, y príncipes a punto de croar,
y hechizados, y brujas hermosas
y piratas honrados.
Vuelve Jose Agustín, vuelve aquí
tan estimado,
y enséñanos
el mundo,
al derecho o
al revés,
con el lápiz en tu mano.
sábado, 18 de abril de 2009
Adán y Eva (versión libre del pecado original)
Amanece mientras duermes, el café hierve en la cafetera, enciendo un cigarrillo y salgo a la terraza para escuchar a los pájaros del alba.
Eres tan hermosa que no tuve duda al elegirte. Hube de raptarte el día planeado, sin que nadie se diese cuenta, huir en coche contigo, decirte que todo había terminado, que ya sólo nos quedaba esto. Como una niña preguntaste, el mundo se ha ido al cielo contesté.
Ahora amanece y tú aún duermes entre las sábanas, semidesnuda, tersa y suave, me pregunto qué voy a hacer contigo. Siete días llevamos aquí, en esta especie de paraíso, en este limbo terrenal. Supongo que hoy seguiremos follando, en realidad esta vez no me importa, sé que ya está hecho, pero a veces la obligación se convierte en placer -aunque el pecado no exista-. Para ti no hay prisa, eres joven y única, tendrás tiempo suficiente.
Mañana habremos de despedirnos de este lugar tan alejado, aunque tú no lo sepas, me cansa ya tanta eternidad, y al ocaso -cuando todo vuelve a no ser o lo aparenta- dejaré el coche preparado para la mañana.
Amanecerá entonces, de nuevo como el primer día, y puede que esta vez me ataque la tristeza -mientras escucho a los pájaros del alba-, o la nostalgia anticipada -ascendiendo como el humo de mi último cigarrillo-, o la culpa o el miedo.
Mientras duermes, sacaré de la guantera el escondido pecado -ahora sí-, lo lavaré bien, lo trocearé con cuidado y te lo acercaré en un platillo a la cama. Yo sé que tú nunca has visto una manzana, está buena, disfrútala, y -tersa y suave entre las sábanas- me darás las gracias.
Luego regresaremos por el mismo camino, todo según lo previsto, y sé que me preguntarás a dónde vamos, el mundo ha vuelto amada, se acabaron las vacaciones. Y sin ser capaz de mirarte -porque esta vez no he podido evitar enamorarme-, mi trabajo habrá terminado.