Sus labios temblaron al decir te quiero,
y un repentino golpe de aire agitó las ramas de los árboles como preludio de una ola.
Por un instante ella tuvo miedo,
pero la ciudad siguió impertérrita y ajena, como sumida en un sueño.
Luego todo se rompió, el suelo se abrió y ella cayó antes de que pudiera decir nada.
Sus ojos siguieron mirándose y agrandándose en el pavor del vacío.
Al borde del precipicio él gritó.
Luego se descalzó y decidió saltar.
El agua llegaría minutos después para llenarlo todo.
Yo también te quiero.
*En recuerdo de todos los damnificados de Japón
el amor nos da la vida
ResponderEliminaro no
.*
Quizás el amor sea lo único que lejos de sucumbir ante una catástrofe, se eleva y expande, recordándonos para qué estamos aquí.
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